La Octava del Pilar

El 11 de Agosto del año 1723, el Papa Inocencio XIII satisfizo por fin un antiguo deseo del municipio de Zaragoza, de las antiguas Cortes de Aragón, del Cabildo Metropolitano y de los reyes, al conceder oficio litúrgico propio a la Virgen del Pilar para el día 12 de octubre, además de otrgarle ejercicio de octava. Ya en 1739, el Papa Clemente XII decreta misa y Oficio propios en el santuario de Nuestra Señora del Pilar.

En 1886, con el pontificado de Pío IX, la misa del 12 de octubre pasaría a ser común para todas las iglesias de España. 

Pero ahí no queda la cosa, pues la devoción a Nuestra Señora del Pilar no está únicamente ligada a España sino también a muchos pueblos y ciudades del continente americano, por eso el papa Pío XII otorgó a todas las naciones sudamericanas la posibilidad de celebrar la misma misa que se celebraba en España. 


Estampa antigua del Camarín de la Virgen

De este modo, desde el 12 de Octubre, solemnidad de Nuestra Señora, y hasta el día 19, se celebra la octava del Pilar. 

Realmente la liturgia denomina "octava" a la celebración continuada o la conmemoración, durante ocho días, de una festividad solemne.   

La primera octava cristiana que se celebró tuvo lugar con motivo de la Dedicación de las iglesias de Tiro y Jerusalén, bajo el poder de Constantino. De hecho, las celebraciones se prolongaron durante ocho días como había ocurrido para la Dedicación del mismo Templo de Jerusalén.

En el siglo IV se asignaron octavas a las fiestas de Pascua de Resurrección, Pentecostés y Navidad. Esta costumbre se arraigó en el retiro gozoso en el que permanecían los neófitos después de estas grandes festividades, como reviviendo los frutos espirituales que habían recibido. 

A partir de entonces comenzaron a proliferar las octavas, pues se quiso concederlas a otras fiestas solemnes, incluyendo, a partir del siglo VII, a las de los santos. 

Hasta el siglo VI el concepto de octava se centraba más en la relación del primer día, el de la gran solemnidad, con el octavo, también muy solemne, en el que se repetía el oficio del día principal, como si constituyeran un único día de fiesta. Esta perspectiva se ha conservado hasta nuestros días, pero dando realce también a los días intermedios llamados "días infraoctavos".

Durante la Edad Media abundaron las octavas y se diferenciaban según sus características en:

Octavas privilegiadas de primer orden, las de Pascua y Pentecostés, que excluían toda otra fiesta, aunque fuera de primera clase. 

Octavas privilegiadas de segundo orden, festividades como la de Epifanía, que sólo admitía fiestas de primera clase en sus días infraoctavos. En España el Corpus tenía octava de segundo orden.

Octavas privilegiadas de tercer orden, Navidad, Ascensión, Corpus Christi y Sagrado Corazón, tenían octavas de este tipo, pues admitían  cualquier fiesta de grado doble en sus días infraoctavos.

Octavas comunes o sencillas, solamente hacían conmemoración de la festividad en el día octavo, y a veces se unían a otras oraciones.

En la liturgia inmediatamente después del Concilio, suprimidas las demás, solamente contaron con octava las tres grandes solemnidades del año: Pascua, Navidad y Pentecostés.

Posteriormente, y para recuperar la noción teológico-litúrgica de la cincuentena pascual, se abolió la Octava de Pentecostés aunque se conservaron muchos de sus elementos en los textos litúrgicos de la semana que precede a esta gran solemnidad, confiriéndole así un carácter de octavario de preparación.

Actualmente se conservan las octavas solemnes de las dos grandes festividades del Año litúrgico: Pascua y Navidad. Luego se celebran octavas menores concedidas a otras solemnidades importantes en la liturgia católica, entre ellas se encuentra la fiesta de Nuestra Señora del Pilar.

Hoy en día, el concepto  de octava no difiere mucho del originario, aunque como hemos dicho más arriba, se ha acentuado el carácter de único día de fiesta, referido a los ocho días de celebración continuada. 

Lo cierto es que hay fiestas con un sentido espiritual tan grande que necesitan ser contempladas durante varios días. Por eso, en las eucaristías celebradas estos días en la Catedral-Basílica se sigue conmemorando la fiesta solemne de nuestra madre del Pilar. 

Son unas jornadas en las que además merece la pena visitar a la Virgen, pues la imagen luce para la ocasión la impresionante corona de la coronación realizada en 1905, y la grandiosa ráfaga a juego de oro macizo y piedras preciosas. Por si fuera poco, el Pilar es adornado con un juego de mantos de incuestionable valor artístico e histórico que son dignos de ver.

El día 19, con motivo del último día de octava, el pilar permanecerá expuesto sin manto, con el fuste de plata repujada de caña alta, como ocurre los días 2, 12 y 20 de cada mes.