Desde tiempos remotos han sido muchos los que se han encomendado al Pilar y a la Virgen convencidos de su divina intercesión. Prueba material de esta cuestión son los exvotos y ofrendas dirigidas a la Virgen en su Santa Capilla, los testimonios de peregrinos, y las referencias en diferentes tipos de documentos a los prodigios y excelencias de la Virgen del Pilar.
Ya en 1438 se escribió un primer "Libro de milagros" atribuidos a la Virgen del Pilar, que contribuyó notablemente a impulsar la devoción pilarista. No hay que olvidar que el propio rey Fernando el Católico también se sumó a la causa declarando: "Creemos que ninguno de los católicos de occidente ignora que en la ciudad de Zaragoza hay un templo de admirable devoción sagrada y antiquísima, dedicado a la Santa y Purísima Virgen y Madre de Dios, Santa María del Pilar, que resplandece con innumerables y continuos milagros...".
Posteriormente, durante el siglo XVII, se documentaron en España numerosos milagros atribuídos a la Virgen, recogidos en 1680 por don José Felix de Amada, en su famoso "Compendio de Milagros de Nuestra Señora del Pilar de Zaragoza", una obra cuya publicación y divulgación se hizo coincidir estratégicamente con el arranque de las obras del actual templo del Pilar.
Desde entonces se presume a la intercesión de la Virgen del Pilar diversos milagros, entre los que destaca la fascinante curación de la Reina doña Blanca de Navarra, que contó con una enorme repercusión en su época. Ocurrió en el Castillo de Olite, corte de los reyes navarros, allá por 1443. Según se cuenta, la soberana falleció víctima de una terrible enfermedad. Permaneció muerta durante más de tres horas y, repentinamente, en presencia de todos sus familiares, se levantó y pronunció estas palabras: "Santa María del Pilar, Bendita seáis, pues me habéis guardado y tornado de muerte a vida". Según declaró después, la Virgen María se le había aparecido en el tránsito hacia la muerte y le dijo "Sirvienta mía doña Blanca, arrimaos a este Pilar y tendréis salud”. Y así fue, pues doña Blanca llegó a Zaragoza para ofrecer una novena a la Virgen y fundó la Orden de caballeros y damas de Nuestra Señora del Pilar cuyo lema desde entonces es precisamente: "A ti me arrimo".
Ya en 1438 se escribió un primer "Libro de milagros" atribuidos a la Virgen del Pilar, que contribuyó notablemente a impulsar la devoción pilarista. No hay que olvidar que el propio rey Fernando el Católico también se sumó a la causa declarando: "Creemos que ninguno de los católicos de occidente ignora que en la ciudad de Zaragoza hay un templo de admirable devoción sagrada y antiquísima, dedicado a la Santa y Purísima Virgen y Madre de Dios, Santa María del Pilar, que resplandece con innumerables y continuos milagros...".
Posteriormente, durante el siglo XVII, se documentaron en España numerosos milagros atribuídos a la Virgen, recogidos en 1680 por don José Felix de Amada, en su famoso "Compendio de Milagros de Nuestra Señora del Pilar de Zaragoza", una obra cuya publicación y divulgación se hizo coincidir estratégicamente con el arranque de las obras del actual templo del Pilar.
Compendio de los Milagros del Pilar, de Felix de Amada. 1680 |
Desde entonces se presume a la intercesión de la Virgen del Pilar diversos milagros, entre los que destaca la fascinante curación de la Reina doña Blanca de Navarra, que contó con una enorme repercusión en su época. Ocurrió en el Castillo de Olite, corte de los reyes navarros, allá por 1443. Según se cuenta, la soberana falleció víctima de una terrible enfermedad. Permaneció muerta durante más de tres horas y, repentinamente, en presencia de todos sus familiares, se levantó y pronunció estas palabras: "Santa María del Pilar, Bendita seáis, pues me habéis guardado y tornado de muerte a vida". Según declaró después, la Virgen María se le había aparecido en el tránsito hacia la muerte y le dijo "Sirvienta mía doña Blanca, arrimaos a este Pilar y tendréis salud”. Y así fue, pues doña Blanca llegó a Zaragoza para ofrecer una novena a la Virgen y fundó la Orden de caballeros y damas de Nuestra Señora del Pilar cuyo lema desde entonces es precisamente: "A ti me arrimo".
Además de ésta, también son dignas de señalar otras curaciones asombrosas como las de los invidentes Manuel Tomás Serrano y el organista Domingo de Saludes, entre muchas más.
Como milagros de corte mundano resultan otros hechos que se le atribuyen a la Virgen, como liberaciones de presos, éxitos económicos y deportivos, o superación de pruebas.
Entre las campañas militares que los católicos consideran obras de su piadosa intercesión se tienen en cuenta la toma de Zaragoza a los musulmanas en 1118, la resistencia ante el ejército francés durante la Guerra de Independencia Española y la protección del templo del Pilar durante la Guerra Civil, destacando el bombardeo sufrido el 3 de agosto de 1936, cuando fueron arrojadas contra la Basílica varias bombas que no llegaron a estallar. Las cargas que cayeron en el templo se exponen junto a la Santa Capilla de la Virgen como testimonio de lo sucedido.
Y por qué no incluir al respecto la explosión de un artefacto en el interior de la Catedral-Basílica el pasado día 2 de Octubre de 2013 sin causar daños personales.
Todos ellos integran la extensísima lista de hechos milagrosos que se consideran fruto de la mediación de la Virgen.
Pero el punto álgido de las maravillas del Pilar se alcanza, sin lugar a duda, con el famosísimo «Milagro de Calanda», protagonizado por el mendigo Miguel Pellicer. Es posible que muchos de los que nos leen conozcan al dedillo lo acontecido en este Milagro, pero entendemos que el Suceso de Calanda es fundamental en la devoción a la Virgen del Pilar, por eso nuestro deber es darlo a conocer.
A mediados del siglo XVII se produjo un extraño caso en la localidad aragonesa de Calanda, que la Iglesia reconoció como milagro. Se trata de lo sucedido a Miguel Juan Pellicer Blasco, un joven de la villa al que le amputaron una pierna tras sufrir un desafortunado accidente. El milagro consiste en que la pierna le volvió a ser repuesta sin intervención humana.
A mediados del siglo XVII se produjo un extraño caso en la localidad aragonesa de Calanda, que la Iglesia reconoció como milagro. Se trata de lo sucedido a Miguel Juan Pellicer Blasco, un joven de la villa al que le amputaron una pierna tras sufrir un desafortunado accidente. El milagro consiste en que la pierna le volvió a ser repuesta sin intervención humana.
"El Milagro de Calanda," pintura mural de Ramón Stolz Viciano, Catedral-Basílica del Pilar |
Miguel Juan Pellicer Blasco era hijo de Miguel Pellicer Maya y María Blasco, y el segundo de ocho hermanos, todos miembros de una familia humilde de labradores de Calanda. Fue bautizado el 25 de Marzo de 1617, como atestiguan los libros de registro de la parroquia de Calanda. Su educación se limitó a las catequesis que le impartía el que fuera párroco de la Iglesia por aquellos años, Mosén Juan Julis, quien le educó en la Fe cristiana. Pero las circunstancias económicas que atravesaba la familia le llevó en 1636 a dejar Calanda con el fin de buscarse un porvenir más halagüeño en Castellón de la Plana junto a Jaime Blasco, su tío materno.
Con veinte años le sucedería algo que sin duda le marcaría de por vida. Todo ocurrió un fatídico día en que Miguel Juan conducía un carro tirado por un par de mulas que llevaba una carga de cuatro cahíces de trigo, unos 2664 kilos. Un resbalón le hizo caer delante del carro con tal mala fortuna que fue atropellado fracturándose la tibia derecha en su parte central. Su tío lo llevó hasta el Hospital Real y General de Valencia, como queda registrado en el archivo de entradas del centro con fecha de 3 de Agosto de 1637.
En Octubre del mismo año, gracias a limosnas, consiguió hacer realidad su deseo de poder llegar a Zaragoza. Allí visitó el Pilar para confesarse y rezar ante la Virgen. Después se dirigió al Hospital de la ciudad, donde fue atendido por Juan de Estanga, un prestigioso médico profesor de la Universidad de Zaragoza. Tras reconocer su pierna y comprobar que la gangrena se había extendido, Juan de Estanga consultó a los cirujanos Diego Millaruelo y Miguel Beltrán, quienes decidieron que la mejor solución era amputar la pierna por debajo de la rodilla. Tras la operación, Juan Lorenzo García, asistido por un compañero, enterró la pierna en el cementerio del Hospital.
De esta forma, Miguel Juan subsistió con trabajos eventuales y con la mendicidad que ejercía en las puertas del templo del Pilar, donde escuchaba misa a diario y acostumbraba ungirse el muñón con el aceite de las lámparas votivas que alumbraban la Santa Capilla. Pasados tres años, en 1640, pudo regresar a su Calanda natal.
De esta forma, Miguel Juan subsistió con trabajos eventuales y con la mendicidad que ejercía en las puertas del templo del Pilar, donde escuchaba misa a diario y acostumbraba ungirse el muñón con el aceite de las lámparas votivas que alumbraban la Santa Capilla. Pasados tres años, en 1640, pudo regresar a su Calanda natal.
A las tres semanas de regresar a su pueblo, el 29 de Marzo de 1640, jornada de Jueves Santo, sucedió el misterioso milagro, siendo testigos sus padres.
A las diez de la noche, Miguel Juan se retiró a dormir. Una hora después, sus padres entraron el la habitación para cerciorarse que se encontrara en buen estado. Todo parecía normal, su hijo dormía plácidamente, hasta que cayeron en la cuenta de que por debajo de la capa que lo cubría a modo de sábana, asomaban cruzados los dos pies del joven. Ante su estupefacción, los padres decidieron retirar la capa y observaron con asombro que su hijo contaba con las dos piernas.
Intentaron despertarlo, pero se cuenta que tardaron en hacerlo reaccionar. Al recobrar la consciencia quedó absorto e intentó mover ambas piernas para asegurarse de no estar viviendo una alucinación. Miguel Juan confesó que mientras dormía aquella noche tuvo un sueño que no había experimentado hasta entonces, pudo verse a sí mismo en la Santa Capilla del Pilar ungiéndose el muñón de la pierna con el aceite de las lámparas de la Virgen, gesto que había realizado en numerosas ocasiones durante su estancia en Zaragoza. En la pierna se advertían las cicatrices y marcas provocadas por el accidente, ésto hacía suponer que se trataba de la misma pierna que había sido amputada y enterrada en el Hospital de Zaragoza. Cuando se intentó buscar la pierna enterrada no se halló señal alguna de ella.
Durante unos días la pierna presentaba un color mortecino y hematomas, y tenía los nervios encogidos y los dedos encorvados. Transcurridos unos días Miguel Juan volvió a sentir la pierna y a mover el pie y los dedos. Con el tiempo llegó a caminar con normalidad.
Cuatro días después del suceso, el notario Miguel Andreu levantó un acta del caso a instancias del párroco Marco Seguer. Gracias a este testimonio que se conserva en la antesala de la alcaldía de Zaragoza, se conocen los detalles del milagro.
Miguel Juan volvió a Zaragoza para agradecer a la Virgen su asombrosa recuperación. En gratitud a su intercesión le ofrendó como exvoto la pierna de madera que había usado desde la operación. El viaje de Miguel, conocido desde entonces como el "Cojo de Calanda" levantó una gran expectación, prueba de la repercusión que tuvo en la gente dicho acontecimiento. Tal es así que un cirujano lo esperaba en un punto del recorrido con la intención de darle una lanceada en el pie con el fin de comprobar si era real o no.
A las diez de la noche, Miguel Juan se retiró a dormir. Una hora después, sus padres entraron el la habitación para cerciorarse que se encontrara en buen estado. Todo parecía normal, su hijo dormía plácidamente, hasta que cayeron en la cuenta de que por debajo de la capa que lo cubría a modo de sábana, asomaban cruzados los dos pies del joven. Ante su estupefacción, los padres decidieron retirar la capa y observaron con asombro que su hijo contaba con las dos piernas.
Intentaron despertarlo, pero se cuenta que tardaron en hacerlo reaccionar. Al recobrar la consciencia quedó absorto e intentó mover ambas piernas para asegurarse de no estar viviendo una alucinación. Miguel Juan confesó que mientras dormía aquella noche tuvo un sueño que no había experimentado hasta entonces, pudo verse a sí mismo en la Santa Capilla del Pilar ungiéndose el muñón de la pierna con el aceite de las lámparas de la Virgen, gesto que había realizado en numerosas ocasiones durante su estancia en Zaragoza. En la pierna se advertían las cicatrices y marcas provocadas por el accidente, ésto hacía suponer que se trataba de la misma pierna que había sido amputada y enterrada en el Hospital de Zaragoza. Cuando se intentó buscar la pierna enterrada no se halló señal alguna de ella.
Durante unos días la pierna presentaba un color mortecino y hematomas, y tenía los nervios encogidos y los dedos encorvados. Transcurridos unos días Miguel Juan volvió a sentir la pierna y a mover el pie y los dedos. Con el tiempo llegó a caminar con normalidad.
Cuatro días después del suceso, el notario Miguel Andreu levantó un acta del caso a instancias del párroco Marco Seguer. Gracias a este testimonio que se conserva en la antesala de la alcaldía de Zaragoza, se conocen los detalles del milagro.
Miguel Juan volvió a Zaragoza para agradecer a la Virgen su asombrosa recuperación. En gratitud a su intercesión le ofrendó como exvoto la pierna de madera que había usado desde la operación. El viaje de Miguel, conocido desde entonces como el "Cojo de Calanda" levantó una gran expectación, prueba de la repercusión que tuvo en la gente dicho acontecimiento. Tal es así que un cirujano lo esperaba en un punto del recorrido con la intención de darle una lanceada en el pie con el fin de comprobar si era real o no.
La extensa y repentina fama que generó el suceso de Calanda llevó a que se considerara abrir el proceso canónico sobre este presunto milagro. Conforme a lo dictado en el decreto "De invocatione, veneratione et Reliquis Sanctorum" se nombró juez al Arzobispo de Zaragoza, por aquel entonces Don Pedro Apaolaza Ramírez, suprema autoridad de la Diócesis en 1640.
En el proceso intervinieron tres jueces civiles y en el interrogatorio se formularon todo tipo de cuestiones relacionadas con el asunto y la persona de Miguel Juan Pellicer. Los gastos generados en la familia Pellicer como consecuencia de la prolongación del proceso, que duró diez meses, fueron sufragados por el Cabildo Metropolitano, así aparece registrado en los recibos del archivo de la Catedral-Basílica del Pilar. El 8 de Junio comparecía el primer testigo de los veinticinco que fueron interrogados. Se trataba de Juan de Estanga, el médico que amputó la pierna a Miguel Juan.
El texto de la sentencia abarca doscientos tres folios clasificados en: exposición, análisis de los hechos y sentencia. En esta última figuran las declaraciones de sanitarios, facultativos, autoridades locales, dignidades eclesiásticas e incluso vecinos que trataron a Miguel Juan antes y después del suceso, además de su propia familia. Al final fue declarado como milagro de la Virgen del Pilar el 27 de abril de 1641 por el arzobispo Pedro Apaolaza Ramírez.
Tras el resultado favorable del proceso y avalado por su credibilidad, ese mismo año Miguel Juan Pellicer fue llamado a Palacio a Madrid para ser presentado al rey Felipe IV. El testimonio de este encuentro llega a nosotros a través del padre Juan Briz, historiador jesuíta aragonés, quien deja constancia de como el monarca arrodillándose ante Miguel Juan le besó la pierna.
En el proceso intervinieron tres jueces civiles y en el interrogatorio se formularon todo tipo de cuestiones relacionadas con el asunto y la persona de Miguel Juan Pellicer. Los gastos generados en la familia Pellicer como consecuencia de la prolongación del proceso, que duró diez meses, fueron sufragados por el Cabildo Metropolitano, así aparece registrado en los recibos del archivo de la Catedral-Basílica del Pilar. El 8 de Junio comparecía el primer testigo de los veinticinco que fueron interrogados. Se trataba de Juan de Estanga, el médico que amputó la pierna a Miguel Juan.
El texto de la sentencia abarca doscientos tres folios clasificados en: exposición, análisis de los hechos y sentencia. En esta última figuran las declaraciones de sanitarios, facultativos, autoridades locales, dignidades eclesiásticas e incluso vecinos que trataron a Miguel Juan antes y después del suceso, además de su propia familia. Al final fue declarado como milagro de la Virgen del Pilar el 27 de abril de 1641 por el arzobispo Pedro Apaolaza Ramírez.
Grabado sobre el Milagro de Calanda: Felipe IV recibe a Miguel Juan Pellicer Blasco. |
Tras el resultado favorable del proceso y avalado por su credibilidad, ese mismo año Miguel Juan Pellicer fue llamado a Palacio a Madrid para ser presentado al rey Felipe IV. El testimonio de este encuentro llega a nosotros a través del padre Juan Briz, historiador jesuíta aragonés, quien deja constancia de como el monarca arrodillándose ante Miguel Juan le besó la pierna.
Este hecho prodigioso fue determinante para que en 1642 la Virgen del Pilar fuera proclamada como patrona de Zaragoza.
Seguro que son muchos más los milagros atribuídos a la piadosa intercesión de la Virgen del Pilar que desconocemos. Todos ellos describen episodios que han sido consecuencia de la fe de sus devotos y aunque son difíciles de llegar a entender, sin embargo ahí están siglo tras siglo, recogidos y constatados en los archivos y documentos, poniendo de manifiesto una realidad que parece inmutable, la íntima y fidelísima unión de los devotos con su Madre.